miércoles, 21 de abril de 2010

¿Qué tal estoy haciendo las cosas? ¿Le importa a alguien?

¿Qué tal estoy haciendo las cosas?

Si esta pregunta sobre mi desempeño se la hicieran a un académico de prestigio de cualquier universidad o centro de educación superior reconocido, indudablemente su respuesta sería Muy Bien. Ello es así porque, para valorar en su justa dimensión mi trabajo en el CECTE, es preciso entenderlo. Desafortunadamente, mi labor implica el manejo de números, estadísticas, diseño de instrumentos de medición, análisis, captura e interpretación de la información, amén de otros aspectos técnicos que la mayoría de las personas elude.

Durante mi vida profesional, que al presente ya ha cumplido 36 años, me he desempeñado en el ámbito de la evaluación educativa. A lo largo de estos años he aprendido, no sólo que el tema de la evaluación causa escozor en muchas personas, sino que además, les resulta incomprensible, razón por la que, en la mayoría de las ocasiones, la menosprecian. Esta actitud, muy generalizada en nuestro país, tiene mucho que ver con el lugar que ocupamos en relación con la eficiencia, eficacia y productividad, cuando nos comparan con otras sociedades. Infaustamente, muchas personas prefieren ocultar su incapacidad para entender un proceso, menospreciándolo y desdeñando los procesos evaluativos con el argumento de que no son válidos.

Sin embargo, y de ello estoy absolutamente seguro, si en el CECTE se comprendiera, aunque fuera en su mínima expresión, los beneficios que podemos obtener de un adecuado, legítimo y preciso proceso de evaluación, estaríamos muy lejos del abismo y la incertidumbre que nos agobia. Lamentablemente, muchas personas prefieren emular a las avestruces, ocultando con un dedo la luz que emiten los resultados de un proceso de evaluación y negándose a avanzar en el camino que ella nos señala.

Obviamente, la segunda pregunta ha quedado respondida. Es decir, a muy poca gente en el CECTE le importan los resultados de un proceso de evaluación. Poco les importan las opiniones de los alumnos que atendemos y que se reflejan en ese proceso. A tal grado llega esta indiferencia, que los mismos alumnos, al evaluar el servicio que les prestamos mencionan: Si no me van a hacer caso, para qué carambas me preguntan...

El camino hacia la mejora continua, hacia los procesos eficientes, hacia la calidad educativa, nos lo marca la evaluación, pero pocos son los que así quieren verlo y menos aún quienes actúan en consecuencia.

Ojala pronto cambie esta actitud, que demostrado está, lleva al fracaso y al cierre de las instituciones, por no ser capaces de escuchar y entender a quienes requieren de nuestros servicios, que con sus opiniones, expectativas y peticiones nos señalan nuestra razón de ser.

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